Aunque es parte del fin de semana (que añoramos desde que es lunes) no se trata del más amigable de los días. Me refiero al domingo, amado por muchos y odiado por otros cuántos, ya que tiene sabor a fin. Sí, porque marca el término del descanso y la innegable proximidad del retorno a nuestra rutina (por muy placentera que ésta nos sea).
Es un día que tiene esa cosa nostálgica y agridulce de las despedidas. Podemos disfrutarlo intensamente si planificamos algún interesante panorama, así como también detestarlo si pensamos que muy pronto acabará el asueto y deberemos prepararnos para retomar las obligaciones cotidianas. Así, muchas veces empleamos el domingo para pasear (bacán) y dormir como osos (no menos rico), pero siempre la “espada” del regreso a la “realidad” penderá sobre nuestras cabezas, impidiéndonos sacarle lustre a la jornada. ¡Peor si es el día escogido para preparar los pendientes de la semana! Terminar tareas inconclusas, lavar y planchar la ropa, ordenar u otros menesteres nada amables, no son precisamente cosas que nos harán rebosar de ánimo. ¿O sí?
Si a lo anterior sumamos que la televisión no siempre programa lo más entretenido (para quienes no tenemos cable), el día se transforma en “fomingo” y nos lleva a una interesante paradoja: ansiamos que pronto acabe, pero también queremos que el finde se prolongue más. ¿Quién nos entiende?
La mejor receta para disfrutar nuestros domingos es, fundamentalmente, no pensar en lo que vendrá. Levantarnos más tarde de lo acostumbrado y dedicar el resto del día a actividades que nos satisfagan y nos hagan sentir fabulosas. Ojalá no dejemos las tareas pendientes para entonces, ya que con ello sólo nos predispondremos a iniciar la semana sin ánimos ni energías. Regalémonos entonces la jornada para realizar aquello que nos guste y veremos cómo los domingos pasan de ser una “pequeña cosa terrible” a otra simplemente ¡genial!
Y ustedes, ¿cómo viven sus domingos?
Foto CC vía Flickr (sunshinecity)