La vida: uno de los bienes más valiosos con que contamos. Nos acostumbramos a pensar que es nuestra y podemos hacer lo que queramos con ella, pero la visión cambia cuando te dicen que puedes morir.
Esto me ocurrió hace unos cinco años. Me sentía mal, me desmayaba seguido, tenía episodios en los que me nublaba, olvidándome de cosas. Todo lo que comía me caía pésimo. Era un bloqueo en el intestino y eso me empezó a intoxicar. No sabía a quién contarle, si decirlo o callar.
Lo primero fue ordenar mis ideas y prioridades: saber si en verdad quería iniciar un tratamiento que modificaría mi rutina en todo sentido. Tendría que dar explicaciones y eso fue lo primero que odié. Recuerdo que lloré en el colectivo. Más por la fuerza de lo ocurrido que por temor. Llamé a mi amiga y me dijo que saldríamos adelante, que podía contar con ella. Eso fue vital para saber que no tendría que llevar la carga y además, el secreto. Le bajé el perfil al asunto para no descolocar a mi familia y sólo les dije que me verían cambiar un poco. Efectivamente así fue: cambié.
Lo peor de recibir una noticia así es la soledad que se vive entonces. Sientes un vacío inexplicable. Vienen a tu mente ideas contradictorias, te pides explicaciones, intentas mostrarte valiente y sobre todo, procuras que nadie se preocupe por el tema. Empiezas a tomar decisiones, a ordenar asuntos no resueltos y raramente, es el momento en que te ves más fuerte, siendo que es cuando más débil te sientes. No puedes decir la verdad, no. Que te compadezcan sólo alimenta el sentimiento de "víctima" que la enfermedad deja en nosotras.
También están los momentos en que te culpas y te culpan tácitamente. Es normal que existan cosas que no puedas hacer, ya sea por falta de ánimo, cansancio o incompatibilidad. Fingir que no te importa subir ese cerro con vista panorámica es una de las mentiras más feas que nos decimos nosotras mismas. Aún peor sería subirlo y que te diera “algo” estando tan distante de un hospital. Es difícil. El verme expuesta a eso me creó una especie de contradicción: por un lado quería experimentarlo todo, pero también tenía temor de aquello que me impidiera seguir viviendo. Por eso, tuve que mantener mi equilibrio emocional, cosa que no era simple: no se trataba sólo de lo físico, sino también de las penas, frustraciones, mentiras “piadosas” y cambios de humor.
He recordado toda esta experiencia porque he vuelto a sentirme mal. No lo quería admitir, pero he necesitado valor para volver a decir: "hoy no puedo, no me quiero levantar, déjame descansar este finde" o simplemente: "ya no tengo ganas de eso". Hacerlo es volver a ser juzgada por el mundo; que nuevamente evalúen tu voluntad, tu fuerza y tus ganas de luchar.
Quizás esta vez nadie me diga que estoy cerca de morir, pero sé que esas cosas pasan y por ese afán de súper-mujeres las callamos: nos levantamos igual para el trabajo, nos tapamos las ojeras y caminamos derechas para que no se note. No es malo querer ser fuertes, ¡al contrario!, pero también es bueno admitir que ya no somos iguales, que cambiamos producto de que algo nos acontece. Quizás no estés sola y por eso, calles o tal vez tu familia es fuerte como tú y juntos se hace menos difícil. Lo cierto es que existen grupos donde se puede conversar de estas cosas, sin nadie que te juzgue por estar cansada o querer un segundo impulso. Ten ánimo y sé valiente, tú puedes. Y si te faltan fuerzas, es normal: nos pasa a todos.
¿Has vivido algo así? Quizás alguien de tu familia lo hace. ¿Estás lista para darle tu apoyo?
Imagen CC: SlapBcn